viernes, 23 de mayo de 2014

Fraternidad



Lo siento, el trabajo pastoral me absorbe, no saco tiempo para escribir, encontré preparando la homilía un trabajo que hice sobre la amistad en la regla carmelita, copio la conclusión y comparto. Un abrazo.

Los carmelitas vivimos dentro de una sociedad y cultura determinada, y esto claramente influye en la formación de las personas que formarán parte de nuestra familia. Sucede que en los países “desarrollados”, vivimos una cultura del individualismo cerrado y enraizado, que por supuesto ha impregnado a la vida consagrada. La tendencia a la subjetividad puede llevar a la orden hacia formas de anarquismo y fragmentación que la pueden debilitar su capacidad de elaborar proyectos.

La búsqueda de una verdadera fraternidad, en las comunidades pequeñas donde todos podemos llegar a ser amigos, puede frenar esa indiferencia de frente a la diáspora, a la búsqueda de gratificaciones personales que contamina nuestra convivencia.

La nuevas lecturas post- conciliares de la Regla, nos invitan a unirnos a un propositum, cuyo centro es la construcción de una convivencia de hermanos que sea parábola de comunión y de reconciliación en el Señor. Y es más, convirtiéndonos en profetas de fraternidad, seremos testigos de una auténtica vida evangélica, signo y garantía del amor de Dios, que se convierte en manantial de agua viva dentro de esta sociedad dividida y egoísta. Sólo dentro de una escuela de fraternización se podrá restituir la identidad de los carmelitas. 

Tenemos que aprender de los primeros carmelitas, que tuvieron una  forma de vida profundamente simbólica.  Al no poder llegar a Jerusalén, crearon otra Jerusalén en el monte Carmelo, viviendo al estilo de la primera comunidad, para transfigurar toda la existencia en modo de ser dignos de hacer parte en la nueva Jerusalén con la última venida del Señor.

Por eso nosotros, también estamos invitados a abandonar la soledad de nuestras celdas, de nuestras vidas, para hacernos encuentro con el  Otro  en la Eucaristía, y volver a ella  exige vivir la espiritualidad de comunión, donde el nosotros comunitario se convierte en todo aquel que tenga necesidad de tener la vida que nace de la Eucaristía. Es vivir la fatiga de la llamada a la comunión, hacer eucaristía la propia existencia, volver a dar la vida a quien se le ha quitado u olvidado,  permanecer al lado de quien cree que Dios ha muerto, o quien lo cree separado de los hombres.

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